Lorenzo Fluxá, ¿cuándo sacas el jamón?
¿Qué se puede decir de un tipo que cargaba con dos kilos de pan y jamón cortado en lonchas para repartir en pleno desierto?
Conociendo a Lorenzo Fluxá, impacta, pero no sorprende. Lorenzo es la cuarta generación de una familia de empresarios mallorquines. Es un hombre familiar y cercano que cada año viaja con sus amigos al desierto. Un reencuentro anual para disfrutar, comer, beber, divertirse, celebrar su amistad. Fueron esos mismos amigos los que un año eligieron el viaje por él, su décimo viaje juntos: iban a hacer una carrera por el desierto. Estupendo, pensó Lorenzo, quien además es un amante de los deportes de motor. Ya estaba pensando en las motos o en los Hammer cuando le dijeron que no, que era en bicicleta. Lorenzo no tiene precisamente el cuerpo de un ciclista pero tenía un as en la manga: que un experto le dijera que no estaba en condiciones físicas para realizar semejante esfuerzo. Pero su entrenador personal le dijo: “Querer es poder. Hay tiempo, y yo te entreno”. Y como en todos sus proyectos, si no se los toma en serio, no lo intenta.
Las esperanzas de rendirse de Lorenzo se desvanecieron antes de haberlas llegado a considerar; así de poco necesita para ponerse en marcha. Se lo tomó muy en serio y lleno de optimismo se dedicó a entrenar y a cuidarse, a bajar –casi- de los cien kilos para aprender a montar y subirse a la bicicleta y un año más disfrutar de la compañía de sus amigos en la aventura que tocaba, de competitividad entre ellos –demostrarles que “por narices” iba a terminar – y de superación personal. Y de qué manera lo hicieron. Rodaron cada uno a su ritmo toda la carrera, pero en la última etapa hicieron el pacto de cruzar el arco de meta los cinco juntos, en el mismo segundo. Acabó la Titán con la cabeza y no con las piernas. Iba a disfrutar del evento y a llegar, compartir esa hazaña de cada día con cada uno de sus compañeros.
En la primera etapa rodó más de 25 km solo. A su alrededor iba viendo cómo la gente que había salido muy fuerte iba cayendo, con hipotermias, y los recogían tapados con las mantas. Lorenzo cuenta que se miraba y se decía ¿en qué momento me va a dar a mí? Yo soy el más gordo de los que hay aquí… ¿cuándo me va a dar una pájara? Pero no le dio. Porque Lorenzo sabe regularse, deja siempre un margen de protección, no lo da todo porque es capaz de administrarse y que la fuerza empleada no te pase factura.
Me contaba todo esto sentados en la terraza del hotel –dedicado al cicloturismo, por cierto- que ahora dirige al norte de la isla de Mallorca, cuando apareció César, el maître del restaurante. A él es a quien le había pedido seis paquetitos de jamón, uno para cada día, pero tenían un concepto de paquetito distinto. “Me envasó un Joselito al vacío”, dice con una gran sonrisa. Con uno de ellos en la mochila salía a disfrutar con la bicicleta cada mañana. A veces rodando solo, siempre buscando compañía para que no se le hicieran tan largos los kilómetros. Ya fuera con sus propios compañeros, o con el grupito de Benasque al que se unió, o con quien pasara por allí en el momento preciso, Lorenzo compartía el jamón, justo después del último avituallamiento. Proteínas, sales y algo con lo que llenar el estómago –y vaciar la mochila, digo yo-, para terminar la etapa. Así pasaban los días y la historia de Lorenzo y el jamón iba pasando de estómago en estómago, hasta el punto de que gente que no conocía le preguntaba antes de arrancar “Lorenzo, ¿cuándo sacas hoy el jamón?”.
Lo del jamón es la anécdota. Lo que toca la fibra es que Lorenzo cuando se pone a algo, se pone. Sabiendo que no va solo, sabiendo a quién tiene a su lado, y destilando cercanía, confianza y optimismo. Vestido con una sonrisa y consciente de que lo que vivió allí fue a veces muy duro, rescata de esos recuerdos los momentos en los que se superó a sí mismo y que ahora, en su vida diaria, le ayudan a seguir superándose. Porque nadie habría dado un duro por Lorenzo en la Titan Desert pero, como dice él: hacer y deshacer a nuestra manera es muy Fluxá. Se entrenó para la carrera igual que se entrenó para la universidad, o para la vida. Y la terminó disfrutando como sólo alguien así puede disfrutar.